Si hay un tema que cumple con todos los requisitos del llamado “sd de Barquero”, que maravillosamente desgrana Juan Gérvas en su artículo de Medicina Clínica de 2005, es el de la anticoagulación. El barquero era imprescindible porque se dedicaba a pasar el río a la gente con el único medio que existía, su barca; pero con el tiempo, se creó un puente que hicieron innecesarios su servicios, y aún cuando este pregonara las virtudes de la travesía con ese medio, la gente empezó a utilizar el puente para atravesar el río con más facilidad.
Actualmente, la determinación del INR –tiras reactivas- en nuestra área se hace en primaria -y en hospital- pero el control de anticoagulación se realiza en el servicio de hematología (el barquero). Esto es así porque antes de la existencia de coagulómetros capilares (el puente), estas determinaciones se hacían -y se hacen- en los servicios de hematología, y el control de la coagulación lo hacían, y la hacen en nuestra área, los especialistas. De esa época se mantiene una actitud asistencial incongruente e ineficiente, cuando se ha generalizado en nuestro país que este control se haga en los centros de salud por sus médicos y enfermeras de familia.
En otros países lo puede hacer en exclusiva el propio enfermo.
Las ventajas del control del INR por el médico de cabecera, son en mi opinión inmensas, pues permite controlar integramente el tratamiento de enfermo evitando malas comunicaciones entre niveles –equivocaciones- y fijando los niveles de INR según las características del enfermo, que generalmente solo conoce el médico prescriptor de la anticoagulación. Permite modificar las dosis de anticoagulante según los fármacos que se vayan introduciendo o las dosis de estos que se vayan modificando, y retirarla cuando existan condiciones que así lo indiquen (pequeñas intervenciones...)
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